“Vivimos en la inmovilidad frenética”

Tengo 24 años. Profesor de Historia del Pensamiento del Siglo XX. La vida que vivimos es vacía y miserable, la transformación no sólo tiene que ser política y social, sino de la vida misma.

Luciano Concheirohistoriador, sociólogo, filósofo y ensayista

Quiere usted transformar la vida misma?

Creo que es necesaria una transformación existencial que trastoque no sólo cómo nos comportamos en sociedad, sino también nuestras relaciones con nosotros mismos, con la naturaleza; y nuestras prioridades en la vida.

¿Qué nos pasa?

La sociedad actual se caracteriza por la aceleración. Todo, desde la economía, la política y las subjetividades, vive bajo el yugo de la eficacia y la rapidez. Somos sujetos estresados, ansiosos, dispersos, deprimidos, con prisa. Vivimos en la inmovilidad frenética.

En la rueda del hámster.

Exacto, porque constantemente se suceden eventos, pero ninguno con la densidad suficiente como para transformarnos, para que se vuelva una experiencia verdadera. Hay mucho movimiento pero no hay desplazamiento.

Ni dirección ni sentido.

No. El futuro es brumoso, no tenemos una idea de qué sucederá, y el pasado se ha vuelto inútil. Vivimos un presentismo absoluto, sin miras hacia un futuro mejor y sin referentes hacia la tradición; estamos suspendidos en un abismo.

¿Qué nos ha traído hasta aquí?

Un sistema ideológico, político y económico que lo que busca es generar ganancias eternamente, y la aceleración es el mecanismo para maximizar esas ganancias. Nuestras vidas están dedicadas a la producción y al consumo.

Las alternativas asustan…

No las hay. Debemos repensarlo todo. Se trata de una crisis de la civilización en su conjunto.

...Y te sientes responsable de no saber descabalgar de esa locura.

Es importante entender que ese correr a ninguna parte no es una cuestión de individuos y decisiones, sino de la estructura que nos domina.

Hay quien propone la desaceleración.

La propuesta de la lentitud es infructuosa. El propio Carl Honoré, gurú de la lentitud, convertido en superestrella, se queja de que ha entrado en el torbellino de la aceleración. A su pesar, él y sus ideas se han vuelto mercancía.

¿Cómo se para esto?

No se resiste a la velocidad queriendo dete­nerla, sino escapando a su dinámica. Lo único que puede enfrentarse al tiempo acelerado es
el instante.

¿Esa breve porción de tiempo?

Es más que eso, es una experiencia temporal particular, una suspensión del transcurrir de los segundos y las horas, un tiempo estático que apenas dura, pero todos los tiempos están contenidos en él. Se trata, como decía D.T. Suzuki, del momento en el que el espíritu finito comprende que está arraigado en el infinito.

Suena místico.

Lo es, pero no es una experiencia extraña, en realidad todos lo hemos vivido de diferentes maneras: paseando; en una sobremesa con amigos; la lectura de poesía en voz alta, porque es ritmo, es música, y te saca del tiempo lineal...

...

La carcajada, que te captura en el instante. Estar en silencio, que en realidad es saber escuchar los sonidos que nunca escuchamos y conectarte de otra manera con el entorno; una borrachera..., experiencias que pertenecen a la más sencilla cotidianidad.

¿Esa sensación dichosa de que no sabes cuánto tiempo ha pasado?

Sí, y en realidad lo que sucedió es que tuvimos una experiencia de comunión con el otro, con nosotros mismos o con la naturaleza y se suspendió la linealidad del tiempo acelerado. Utilicémoslo, construyamos una filosofía práctica del instante que se enfrente a la aceleración.

Está hablando de intensidad.

Sí, de favorecer esas experiencias que tienen una densidad notable, nada superficiales, en las cuales estamos volcados y viviendo las relaciones con el entorno y con nosotros de manera distinta; ya no hay una separación objetual, es una relación de comunión, es el encuentro con lo otro que te completa como sujeto; es lo que el amor hace, punto.

Pero vivimos una época de desamor.

Por eso estos pequeños gestos, estas cosas minúsculas, acaban siendo lo revolucionario hoy día. Es una filosofía de lo minúsculo, de la sombra, del escape, pero también de la transformación más radical: la del sujeto.

Transformación sin enfrentamiento.

Sí, sin violencia. Escapemos por la puerta de atrás. Recordemos que combatir es perder. Se trata de resistir sin resistir, de hacer sin hacer.

Eso no cambia nuestra manera de vivir, es sólo un recreo.

De acuerdo, el instante no es un fin, es un mientras tanto, es algo muy modesto, pero cargado de potencialidad. Es una bisagra entre este mundo y lo que vendrá; un sacar la cabeza del agua cuando nos estamos ahogando para volver a sumergirnos, sí, pero quizás en ese sacar la cabeza entreveamos el mundo por venir.

Tastar la libertad.

No hay que confundir el carpe diem capitalista, que es la sublimación del consumo: más y a mayor velocidad, con el instante, que es la construcción de un tiempo fuera del consumo y de la lógica de la productividad y de las mercancías.

Entonces, ¿qué tiene de transformador?

Permitirnos ver que la vida que vivimos no es la única posible, que la vida con sentido está en otro lado que en el éxito y el consumo, en no ver al otro y lo que nos rodea como un producto,
sino en hermanarte.

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