La sensación de alivio y el optimismo generados por la aplicación del 155 en Cataluña han ido dando paso en los últimos días a una angustia difusa y a un cierto pesimismo conforme se ha ido constatando que, pese a los innegables daños causados a la convivencia y a la economía, los líderes separatistas no están dispuestos a reconocer su errores ni a rectificar su rumbo.
Durante años, los impulsores del “procés” han estado pidiendo una confianza ciega a su electorado. No podían revelar cómo iban a llevar a conseguir sus objetivos, decían, porque eso sería ayudar al Estado a desbaratar los planes. El papel del “pueblo” era mantenerse al lado de sus líderes y apoyarlos siempre que estos se lo pidieran, sin hacer preguntas incómodas. Ahora justifican su fracaso de forma sonrojante: “no estábamos preparados”, “no existe una mayoría social suficiente”, “no esperábamos la reacción violenta del Estado”… Y la última gran mentira: “nos amenazaron con muertos”. Con total desvergüenza se atreven a pedir de nuevo el apoyo de los votantes para continuar en el poder. ¿Para hacer qué? ¿Con qué programa? ¿Cuál es la “hoja de ruta” esta vez?
La composición de las listas electorales de los partidos separatistas revela una radicalización de sus posiciones. Repiten casi todos los culpables del desastre, aunque muchos estarán en prisión o inmersos en complicados procesos judiciales. Los perfiles más moderados o pactistas desaparecen definitivamente en beneficio de todo tipo de frikis, arribistas y personajes siniestros. En el próximo Parlament, las bancadas separatistas serán una especie de Museo de los Horrores del nacionalismo, el supremacismo y el radicalismo.
El nacionalismo había infiltrado prácticamente todos los sectores sociales: sindicatos, asociaciones empresariales, colegios profesionales, universidades, AMPAS, clubes deportivos, medios de comunicación… Una casta poderosa y con ramificaciones en toda la sociedad que se resiste con uñas y dientes a perder sus prebendas y a interrumpir sus proyectos de ingeniería social. Se amenaza con actos de boicot, sabotaje y desobediencia si los poderes públicos se atreven a ponerle coto.
Los votantes separatistas han sido engañados muchas veces. Y lo volverá a ser mientras un orgullo mal entendido y un sentimentalismo cercano al fanatismo religioso los sigan dominando. La máquina de propaganda sigue en marcha, alimentando el resentimiento e impidiendo la entrada de aire fresco. Los separatistas se quejan a menudo del desprecio con el que son tratados por los demás españoles: dos millones de personas no podemos estar “abducidas”, nos dicen, mientras se tragan toda la basura que sus líderes de opinión y medios de comunicación les sirven a diario. Serían capaces de votar a una mula como Presidenta de la Generalitat, si fuera convenientemente envuelta en la bandera. Exigen a los demás el respeto que no se tienen a sí mismos.
El “choque de trenes” no se ha producido con la virulencia que algunos habíamos temido, y puede que el 21D sea el fin del “procés” tal como lo hemos conocido hasta ahora. Pero todo indica que el nacionalismo y su nueva aliada la izquierda radical seguirán condicionando la política catalana en los próximos años. Cataluña seguirá perdiendo liderazgo empresarial y prestigio internacional en beneficio de otras regiones, y nuestra sociedad seguirá dividida en bloques que experimentarán tensiones y fricciones permanentes.
Autor: Juan Arza
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