Opinión

Polaridad y analogía

El caso de la España actual es paradigmático en cuanto a predominio de las tendencias partitocráticas ferozmente polares, con la consiguiente descalificación sistemática de las propuestas ajenas.

El estudioso británico de la ciencia y la filosofía antiguas Geoffrey Ernest Richard Lloyd publicó en 1966 una notable y muy apreciada obra sobre los métodos científicos de la Antigüedad, particularmente en el mudo helénico, obra cuya versión española, de 1987, lleva el título de Polaridad y analogía.

En dicha obra se muestra cómo el pensamiento humano, desde sus más remotos orígenes, al menos en Grecia, parece tener la necesidad de aplicar a todos los fenómenos un esquema dual o polar, a base de oposiciones y contrastes entre las cosas. Queda ello de manifiesto, por ejemplo, en el léxico de nuestra propia lengua, en que los adjetivos, especialmente, pueden ordenarse, con escasas excepciones, en parejas de términos de sentido contrario, lo que en lingüística llamamos antónimos. Verbigracia: grande – pequeño, mucho – poco, alto – bajo, largo – corto, ancho – estrecho; bueno – malo, claro – oscuro, agudo – obtuso, puntiagudo – romo, rápido – lento, liso – rugoso, suave – áspero, salado – soso, derecho – izquierdo, ligero – pesado, y un interminable etcétera.

Pero, tal como demuestra el profesor Lloyd, tan frecuente como ese esquema de pensamiento es el conocido como analogía. Dicho término tiene un sentido genérico que lo hace sinónimo de semejanza y otro más específico que lo iguala a proporción. Como cualquier estudiante de matemáticas básicas sabe (o debería saber), una proporción es exactamente una igualdad entre dos o más relaciones; por ejemplo, 2/4 = 3/6 = 5/10 etc. Los números de cada par (o razón) son todos diferentes, pero la relación que guardan entre sí los dos miembros de cada razón es siempre la misma: simple frente a doble, en este caso.

De hecho, esas dos maneras de relacionar las cosas tienen alcance prácticamente universal. Incluso en la base misma de nuestra capacidad cognoscitiva, los sentidos, aparecen tanto la polaridad como la analogía.

Es bien sabido que en la percepción sensorial es fundamental la existencia de contrastes. Nada leeríamos, por ejemplo, en una hoja blanca donde alguien hubiera escrito con tinta blanca, o sobre una pizarra negra cubierta de signos negros. Cualquier conductor sabe que conducir de día permite una mejor visión de la carretera que conducir de noche; gracias a la gran variedad de contrastes de color y de forma; pero sabe también que la noche cerrada es preferible al anochecer, pues en esa fase de transición entre luz y oscuridad los perfiles de las cosas se difuminan y la luz de los faros es parcialmente anulada por interferencia de la mortecina luz crepuscular, lo que reduce o anula los contrastes. Asimismo, una percepción de la misma cosa mantenida durante mucho tiempo tiende a desvanecerse; para reavivarla es preciso cambiar el centro de atención, haciendo surgir de nuevo la sensación por contraste con el enfoque anterior.

Por otra parte, y en sentido opuesto a lo anterior, es más fácil reconocer formas que guarden parecido con formas previamente percibidas (analogía) que no otras que se diferencien mucho de éstas. Una experiencia común al respecto es aquella en que, acostumbrados a tratar con personas de tez blanca, nos encontramos en presencia de personas de tez negra y de entrada nos cuesta diferenciar los rasgos individuales de éstas últimas (como vulgarmente se dice, nos parecen todas iguales). Y desde los tiempos más remotos ha sido la imitación y la analogía el mecanismo más eficaz para desentrañar el funcionamiento de los procesos naturales, como cuando los hombres de las cavernas pintaban animales en la creencia de que, conociendo bien aquellas representaciones, les resultaría más fácil enfrentarse al animal de carne y hueso.

Pues bien, parece que también en la vida social y la política funcionan ambos esquemas de aproximación a la realidad.

De entrada, en las relaciones humanas más elementales destaca el papel desempeñado por lo que hemos llamado polaridad. Polaridad que no necesariamente implica siempre oposición o intereses contrarios, sino también, en algunos casos, complementariedad (pero siempre diferencia). Es bien conocido el fenómeno de la tendencia de los hermanos de una misma familia a tratar de diferenciarse en gustos, dedicación profesional, etc. (por no hablar ya de la resistencia de muchos hijos a seguir las huellas de sus padres... salvo ⎼y no siempre⎼ cuando de heredar una jugosa fuente de ingresos se trata. Espíritu de contradicción se ha denominado a veces esa tendencia, como si la autoafirmación de cada individuo pasara necesariamente por la negación de los rasgos de los demás. Y eso pese al hecho, igualmente comprobado hasta la saciedad, de que la especie humana (como los primates en general) es profundamente mimética, característica esencial para que se dé el aprendizaje y el desarrollo de costumbres y pautas comunes de conducta. Digamos, pues, que polaridad y analogía se entrecruzan como mecanismos rectores de la conducta humana, predominando en unos casos la una y en otros la otra.

En el terreno estrictamente político, si se examinan los programas de los partidos políticos en liza en un determinado país, suele constatarse que cada uno de ellos insiste en aspectos diferentes de la problemática a la que se enfrenta la comunidad política correspondiente. ¿Diferentes equivale siempre a opuestos? Dejando de lado el perverso mecanismo (quizá inevitable en los sistemas democráticos) conocido como partitocracia, por el cual cada partido tiende a afirmarse, en un exceso de polarización, mediante el rechazo de las propuestas de los demás, un examen desapasionado de todas las propuestas mostraría en muchos casos un elevado grado de complementariedad entre ellas. El caso de la España actual es paradigmático en cuanto a predominio de las tendencias partitocráticas ferozmente polares, con la consiguiente descalificación sistemática de las propuestas ajenas. De manera análoga a como los fanáticos defensores de la propia identidad cultural consideran ésta incompatible con otras, especialmente las más próximas, al extremo de propugnar su separación en diferentes comunidades políticas.

Pero, aun lamentando esos excesos de visión polar de la sociedad, tampoco hay que cerrar los ojos al hecho innegable, demostrado además científicamente por estudiosos de la realidad social como Kenneth Arrow, de que un mayor o menor grado de conflictividad es inevitable en cualquier sociedad mínimamente compleja. Es imposible, en efecto, lograr la convergencia total de las preferencias de los diferentes individuos, de manera que los valores sociales (aquellos que toda sociedad debe fomentar para garantizar su supervivencia y mejora) coincidan sin fricción con el conjunto de los valores individuales (en terminología de Rousseau, los valores sociales constituyen la voluntad general, que no hay que confundir con una heteróclita y heterogénea voluntad de todos). De hecho, lo normal es que la voluntad general (que podríamos considerar como fruto del predominio de la analogía en las relaciones sociales), no coincida con la voluntad particular de ningún individuo concreto, regida habitualmente por la polaridad, no ya sólo frente a los otros individuos, sino también frente a la sociedad en su conjunto.

Caso paradigmático: la fiscalidad. Siendo necesaria, como es obvio, la mutualización (socialización) de los recursos para hacer frente a necesidades y riesgos, no menos evidente resulta que a ningún individuo le interesa, de entrada, pagar impuestos, es decir, hacer un sacrificio ahora, cuando no hay ninguna certeza de que ello revierta en su beneficio más tarde. Es precisamente el desfase temporal entre esfuerzo y recompensa lo que hace que nuestra lengua haya acuñado el refrán Más vale pájaro en mano que ciento volando. Y es también la conciencia subjetiva de ese desfase, no contrarrestada por una política educativa como la nuestra, blandengue, demagógica y conformista (amén de cicatera en materia de gasto), lo que explica el progresivo retroceso del nivel académico de nuestros estudiantes, como el informe PISA viene constatando ejercicio tras ejercicio.

Así que parece claro que polaridad y analogía, bien combinadas, no son sólo esquemas útiles para el conocimiento de la realidad, sino guías prácticas para compaginar la diversidad de intereses particulares a corto plazo con la similitud de intereses generales a largo plazo en toda sociedad.


Miguel Candel Sanmartín está vinculado a Societat Civil Catalana